Especial del BAF: Orozco Barrientos


El Dúo sirvió su "Album Tinto" en Buenos Aires.
El disco, que embotellará la Bodega Sony, podrá ser degustado a partir de mayo.


(Buenos Aires, 10 de enero de 2013. BAF-RNA) La previa del recital en el que  Raúl “Tilín” Orozco y Fernando Barrientos adelantarán temas de su “Álbum Tinto” -que en mayo saldrá a la venta a través del sello  Sony- transcurre en un clima distendido sobre la terraza, donde junto con su manager, Adrián Canedo, y allegados, brindan con amigos por un año venturoso para todos.

Y entre esos choques de vidrios alguien recuerda: “Las Tres Marías del cielo/ ya no se llaman así./ El Señor las llama ahora/ San Juan, Mendoza y San Luis”...

Los versos pellizcados a la infancia surgen tras identificar en el cielo porteño de Palermo, de apariencia casi cuyana, al denominado “Puñal del Norte”, conformado, entre otras estrellas por Las Pléyades o “Los siete cabritos” y, precisamente, por Las Tres Marías”, nombre que por estas latitudes recibe el Cinturón de Orión, que pareciera acomodarse para escuchar el concierto.

Cuarenta y dos minutos pasados de la hora anunciada, concluye la espera. El saludo agradecido de Fernando Barrientos ante la sala desbordada, inicia el ritual y la novísima tonada “Bajo los Sauces”  enciende el fuego y “sólo espera los días nuevos de este sol”.
-“¡Cueca!”, previenen y las palmas responden ante la introducción de “Los dos perros”, motivo autobiográfico incluido en “Pulpa”, segundo disco del dúo.
El ambiente logrado sosiega al punto de convertirse en un living donde los anfitriones prodigan su alma en canciones: “Una coplita al viento/ y una señal./ Solita llega mi alma/ y se pone a cantar...” Tilín acompaña desde una tercera arriba y la obra breve sale sabrosa.
Dedicada a las damas, suena la tonada “Pensando en ella”, una delicadeza sobre la cual un ansioso bocado hace oír su percusión sobre el plato. Pero la belleza se impone sobre el apetito y el silencio se deja acariciar por la melodía.
Cada fin de obra supone un motivo para que los músicos propongan un nuevo brindis, que será indefectiblemente respondido con el beso tintineante de las copas levantadas.
“Caminito”, del disco debut, “Celador de Sueños”, continúa el encanto. Y vuelve la cueca y es de don Félix Robustiano Palorma. Como para que los que aún no terminan de entender la propuesta no piensen que estos mendocinos desconocen sus raíces. Y el público metropolitano celebra el ingenioso humor y la profundidad de “La Refranera”, que va desde “¿qué es eso que llaman agua, descolorida y sin gusto? Dicen que es para las guaguas y las mujeres con susto” hasta “...la amistad es vino nuevo, ser amigo es vino viejo; para sentirles el gusto hay que esperar algún tiempo”.
“No existe cueca sin gato”, reza la sentencia de los patriarcas. Y Orozco-Barrientos suelta “Los ojos del amor”.

El Nuevo Cancionero surgido en Mendoza en 1963 es nuevamente refrendado en un sentido alegato contra la explotación infantil:

“Tengo la cara sucia/ de tanto trabajar,/ vengo de un barrio feo,/ donde avergüenza./ Mi piel está quemada/ de tanto cosechar./ De chico me enseñaron/ que no podía llorar./ Cuando voy a la escuela/ mis pies van despacito,/ como mi abuelo Juan./ Pero él tiene 70/ y yo diez, nada más.”

Cabe pensar que  a Mercedes Sosa, hada madrina del Dúo, le habría gustado cantarla con ellos. O tal vez podría sumarse a “Pelota de trapo”, otro fuerte testimonio que es dedicado al personal del Café Vinilo.
De “Celador de sueños”, “Soltando sueños”.
Y del “Álbum Tinto”, presentación de un “Gato Cubano” que interpretarán con cuatro venezolano. Dedicado a Leonardo Favio y a Las Catitas, pueblo mendocino natal del cineasta, en el que solía refugiarse cuando lo perseguía la Triple A.

Final de la primera parte y “entretiempo”. Se disfruta con el salón a medias voces que, sumadas, logran un matiz de “bullicio ma non troppo”. De entre el público emerge la figura del charanguista Rolando Goldman, que se dirige a la trastienda. Supuesto invitado de la segunda parte. La boletería una vez más se ha visto superada y buena cuenta de ello da la expresión de los rostros de las camareras de incesante trajinar y sonrisa permanente. Con una austera escenografía compuesta por un fardo, una lámpara y copas, el escenario aguarda, acogedor, el inicio de la segunda parte.

Que habrá de comenzar con pura poesía en tiempo de tonada: “Niña hermosura”.
Ante la mirada atenta de Fernando, Tilín, con la actitud de quien se dispone a lucir, se hace del cuatro, pero advierte la falta de un elemento fundamental para proseguir.

 -“Perdón. Voy a buscar los lentes”, advierte Orozco y se retira y deja en total soledad a Barrientos, que aprovecha para compartir  a capellasu faceta solista y es celebrado con una ovación. En medio de la algarabía, regresa su compañero con sus anteojos y toma el cuatro para concluir aquel momento previamente interrumpido. Se trata de un valseado con arreglo vocal para dúo que concluye al son de “siempre que vuelva a cantar, da el cogollo y se va”.

Del nuevo disco, también interpretan una potente versión de “Chilenitas”: “…si navegar es preciso, es mejor que sea con vino”.

La continuidad manda cantar la tonada que da nombre al hasta ahora último disco de Orozco Barrientos, “Pulpa”, que es prodigada con suma dulzura.

Ahora el que desaparece es el pelilargo. Y su compadre avanza suavemente con otra tonada. Pero de esas que de ser dedicadas no alcanzaría el vino para pagarla como es debido. Del sanjuanino Ernesto Andrés Villavicencio, “A veces quiero escribir”. Que el cantor dedica a su amada, presente en la sala.

El clima de intimidad se torna festivo cuando cuentan la historia que precede a la próxima cueca. “Esta cueca que cantábamos con Jorge Viñas habla de un afilador de cuchillos que se topó en el camino con una muchacha mucho más joven que él”. Y arremete “Tordo viejo”, de Juan Francisco Fruttero y de Rafael “Chocho” Arancibia. Que prepara el camino para el gato “La Margarita”, de su primer disco editado en 2004. Le sigue una tonada que se les ocurrió rumbo a una ciudad muy bella: “Camino a Maipú”. Y una chacarera cuyana: “Pintadita”.

La suposición del intervalo se torna realidad cuando es invitado al escenario Rolando Goldman, a quien los anfitriones ceden la escena para que se luzca con tres interpretaciones: un motivo norteño, un tango de Gardel y uno que hizo cantar a todo el auditorio: El Himno Nacional Argentino. Alta demostración de virtuosismo, retribuida con fervorosos aplausos.

Se suma Tilín y guitarra y charango conversan sobre un tema andino. Ambos disfrutan el encuentro y eso inunda el lugar.

Ahora Fernando completa la escena para que “Celador de sueños” termine de desinhibir al coro que venía amagando y el final sea pura fiesta.

A partir de este momento todo es yapa. Llega el primer amago de salida. De hecho se retiran. El público ovaciona de pie y pide por sus artistas que se hacen aclamar alrededor de un minuto o el tiempo que dure subir al camarín y regar “el seco garguero” para poder regresar.

El primer bis es un tema esperanzador que integra el próximo disco: “El amor puede salvar la inocencia de tus ojos…”. Y se le pega un gato y es un reconocimiento a otro patriarca mendocino, Hilario Cuadros. “El marucho”, tema registrado en 1943, de autoría compartida con Domingo Morales, vuelve a pasar de década y de siglo a meses de cumplir 70 años de su creación.

Nueva aclamación de pie. Sostenida. Las luces indican que este sí es el fin. Cuando apenas han pasado cuatro minutos de un nuevo día.

En los camarines todo es alegría y satisfacción. Acaban de concluir el ciclo de presentaciones con los anticipos del “Álbum Tinto” que podrá beberse recién en mayo. Y el público cada vez más numeroso los ha vuelto a acompañar.

Al salir a brindar a la terraza, se advierte que Las Tres Marías todavía brillan sobre esa esquina del barrio de Palermo. Acaso queriendo vivar, ellas también, a los artistas.

-¿Ha visto, compadre? Están todavía las Tres Marías. De no ser por los edificios, parecería un cielo cuyano…
-¿Sabe que sí?

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